martes, 1 de noviembre de 2016

Una guerra poco santa

De todas las causas perdidas que he abrazado en mi vida, la peor ha sido la batalla contra mi cuerpo. Odié a mi supuesto enemigo con pasión. Se sentía ajeno, monstruoso, equivocado. Simplemente no podía ser yo mismo en este envase.
Tuve muchas excusas para esta guerra infame. Había una incompatibilidad obvia, en lo que respecta al género. ¿ Cómo podía sentirme bien en un cuerpo femenino? Después de años de odiarme, la respuesta se hizo evidente: modificándolo. Y lo hice, en gran medida. La testosterona no fue una fórmula mágica, pero casi. Pero otra vez me convencí de que sería incapaz de amar un cuerpo tan lejos de ser perfecto. No era suficiente ser un hombre en los ojos de todos. Todavía estaba lleno de defectos. No era una versión argentina de Brad Pitt, musculoso, atractivo y más que bien dotado. Solo un hombre trans que detesta hacer ejercicio. Todavía con tetas ahí donde debería haber un pecho chato. Demasiado peludo, demasiado rellenito, demasiado blando, demasiado trans, demasiado raro. Todo el mundo estaba más allá de mi alcance. Así que castigué a mi cuerpo por no estar a la altura. De adolescente, los castigos eran muy literales: quería sangrar. En mi adultez desarrollé un enfoque más pasivo-agresivo: no lo cuidaba. Comía basura engordante todos los días y después lloriqueaba por estar gordo. Evitaba a los doctores como si fueran la plaga. Fumaba demasiado, me relajaba demasiado poco. Incluso dejé de tener sexo. No estabamos relacionados, ese cuerpo y yo, así que ¿por qué extraería algún placer de él?
Hace poco recibí una advertencia. Tengo 35 y mis últimos análisis de sangre me mostraron que si elijo continuar con esta lucha, no hay chances de salir ileso. Tengo que hacer las paces. Tengo que hacer el enorme esfuerzo de querer y cuidar el único cuerpo que voy a tener en esta vida. El que me permite viajar, amar e incluso escribir estas líneas.
Aceptación parece ser el nombre del camino que me espera. Un camino muy difícil, pero he enfrentado peores.
Todavía siento que no puedo en muchas ocasiones. Todavía me cuesta. Pero de a poco, estoy empezando a entenderlo: soy digno de amor. Con todas mis imperfecciones, soy hermoso. La belleza es ser único. Es diversidad y amor propio. Es esforzarse por ser la mejor versión de uno mismo y dejar que nuestra luz brille en un mundo que, con demasiada frecuencia, es oscuro y hostil. Eso es lo que encuentro bello en los demás.
Necesitamos atrevernos a ser hermosos más allá de la norma. No solo las personas trans o no binarias, sino todos los seres humanos. Todos peleamos guerras contra nosotros mismos a veces. Contra esas cosas, grandes o pequeñas, que nos hacen menos que perfectos.
En lo que a mí respecta, es hora de una tregua. Hora de entender que no somos enemigos, que mi cuerpo y mi mente son uno. Que no ser esa versión idealizada de hombre que cree en mi cabeza no significa que sea un monstruo. Solo significa que soy yo y eso, a su modo, es bellísimo.

Publicado originalmente en Transgender Universe

No hay comentarios:

Publicar un comentario