martes, 14 de octubre de 2014

¿Y qué si sonreímos y cualquier día se vuelve domingo y eso de pronto es algo bueno? Qué si caminamos juntos descifrando bellezas que desafían el concreto?
¿Por qué venís a desafiar mi vocación de lobo regalándome alas?
¿Por qué me mostrarías el blanco incandescente que espera más allá del círculo de sombras en el que me acurruco como un animal herido, a lamer mis heridas una y otra vez (¿será que son menos herida de lo que esperaba? Ya no necesito que duela para sentirme vivo y eso también es un poco vos)?
 ¿Por qué te empeñás -pero escribí te empenás y eso también es cierto- en dibujarme sonrisas con crayones de colores estridentes y lunares? ¿Quién sería yo sin mi tristeza?
Yo solo quería ser isla y vos me estallás en puentes. Los veo formarse: ladrillos olvidados y niebla aquél, por allá hierro ferroviario y durmientes, uno hecho para la procesión de un rajá -todo elefantes enjaezados,mosaicos y minaretes, ancho como un corazón que mira al este. Otro es solo un tronco caído, tan improbablemente enorme que es también una ciudad tallada en madera donde los hombres sueñan con fuego; otro es solo tules, jirones de viento y fe. Ante mi fascinado horror, emerge uno más, parisino, completo con escalinatas y una muchacha que suspira. Trato de sacudírmelos, los confundo con anclas, pero tus puentes se multiplican incansables.
¿Y qué si sigo siendo yo sin mi soledad insular? ¿Y qué si te quiero?

martes, 23 de septiembre de 2014

Por ese entonces Capitán Barbosa era un adolescente que le aullaba de amor a la luna en las playas de un Río al que nunca pertenecería (todos nosotros tenemos vocación de extranjeros).Ardía en pasiones insensatas y fugaces; se rompía bello y efímero en causas que prefería perdidas. Escribía poemas ridículos en la arena mientras su voz se quebraba en cadencias de otro mundo.
Capitán no habría sabido usar un libro más que como una forma fácil de encender una fogata. La sutileza frecuentemente lo dejaba perplejo y jamás lograría terminar la secundaria. Pero escapaba a morros clandestinos a emborracharse y escuchar historias de orixás y cangaceiros y su mente daba la vuelta al mundo.

lunes, 11 de agosto de 2014

Él navegaba tinieblas imaginando luz. Cuando la oscuridad lo asfixiaba, apresaba luciérnagas en un frasco de café. Con hojitas y palabras suaves las convencía de brillar furiosas y se imaginaba invulnerable con su farol vivo. Los fantasmas se agolpaban en cada rincón oscuro, pero él sostenía hebras de luz como un escudo, como un sueño. Cuando el amanecer llegaba, gris, el último recuerdo de un fulgor se había tornado ya en tumba de luciérnagas. Él acariciaba los frágiles cuerpitos con tristeza insondable, sabiendo que incluso ese sacrificio no alcanzaría, nunca alcanzaría. Porque navegaba tinieblas, perdido en océanos hostiles que creía amar.
El naufragio lo escupió en una costa tan blanca que sus ojos se volvieron ceniza. No podía abarcar la arena infinita que besaba sus pasos, el calor que borraba de su piel el hábito del frío. Quería aferrarse a su barquito enclenque, a su mar ensombrecido y siempre ajeno. Emborracharse de la sal de aquellas aguas turbias que jamás calmarían su sed. Buscó burbujas de negrura que perduraran su dolor, porque su dolor era todo lo que conocía. Pero las excusas para no mirar el sol de frente se le escurrían entre los dedos como gotas de mercurio. Acurrucado entre jirones de vela húmeda y astillas, sintió el momento exacto en el que el haz de luz lo alcanzaba, hiriéndolo de vida. Y ya no pudo dejar de reír.
El escritor sabe. Intuye desde siempre el poder irrevocable de las palabras para cambiar destino. Reconoce a la realidad como espejismo y delirio. Admite que la vida no tiene sentido, que se lo inventa la narración, única herramienta certera ante el pánico del caos existencial.
El escritor entiende que puede inventar, inventarse, una y mil veces y que en cada una de sus máscaras está él, desnudo y más verdadero que nunca.

sábado, 9 de agosto de 2014

Quiero pintar polaroids de palabras, ráfagas que ametrallen corazones como en una de Tarantino. Adentro los demonios, el monstruo que aun me habita.

Empecé a llorar cuando dijo veneno, creo. Lloraba bastante de pibe, pero solo si ella estaba cerca. Sino era un cowboy heroico cabalgando árboles, o flasheaba escritor en la Olivetti de mi abuela. Pero otra vez ella y las tenazas de cangrejo en la garganta y esas ganas de gritar hasta que no haya más ruido. Y todos los adultos alrededor barajando palabras que no entendía.
¿Quién carajo sabe a los nueve años qué significa angustia, aunque la sienta día por medio? Todos hablando hablando hablando y sus palabras laceran, su lástima humilla. Yo soy fuerte, yo soy un león, un cachorro salvaje y no esa nenita asustada que creen ver. Yo escribo mi historia.
Pensaba que podía salvarla. Que tenía que hacerlo. Pero esa noche tuve miedo de verdad. Ella, delirium tremens. Pero eso fue después, milenios después y la noche nunca se acababa. Antes dijo veneno y yo lloré, imploré, razoné, temblé, amenacé, hablé de amor, de dolores que parten al medio. A los diez ya tenía palabras para inventar mundos. Mis palabras siempre fueron lo mejor de mí.
Pero nada que dijera podía convencerla de vivir. Debería haberla dejado llevarse el vaso a los labios, beberlo a sorbos y llenarse de muerte. Era su única pulsión y eso iba a desolarme mucho más antes de que se le rompiera todo el cuerpo debajo de un tren quince años después. No podía. No puedo perder a veces y ahí desbarranco. No puedo vivir sin vos, le dije, no puedo vivir sin mamá. Y lo creía, sinceramente lo creía. No creía en nada más que en eso. Ella mojo la yema de su índice en el líquido del vaso que yo aferraba y se lo llevo a los labios con un patetismo seductor de muñeca rota. Tomalo conmigo, dijo. Si no podés vivir sin mí, tomalo conmigo.
Nada después dolió. Ni sus insultos cuando derramé sus ilusiones de suicidio en la pileta de la cocina, ni su olor a whisky cuando me metió en su cama y me obligó a tocarla, ni su llanto eterno, ni la oscuridad absoluta del sueño que ya nunca vendría fácilmente.
Esa fue mi primera muerte, el inicio de mi vocación de fénix.

viernes, 8 de agosto de 2014



Trazo signos de sombra mientras me sumerjo en soles. Me había olvidado de volar. Cuento mis rayas de noche, me descubro ojos de fiera. Carreteo como un loco por el fantasma de una pista aérea, borracho de vino y estrellas. Nada más importa si todavía hay estrellas. Yo quería romper el cielo y volar sin importar lo que digan. Y si cayera -Ícaro absurdo naufragando en nubes- si cayera, beberme el aire a bocanadas, besar la tierra como si fuera mía. Debería aullar en balcones olvidados, desterrar esta tristeza. ¿Sería yo sin mi tristeza? I'm breaking now, breaking down, breaking away from you. Me había olvidado de reír. Y eso que mi risa desafiaba tempestades. Hace falta tanto mar. Tantos besos, tanto bosque. No hay círculos infinitos, no hay destinos que no sean errantes. Not all those who wander are lost. No hay como el crepúsculo para la maravilla. Oscilando en claroscuros busco enloquecido al niño que nunca fui, al que jamás volveré a ser. Todo en mí es post apocalíptico, fénix terco ardido de luz. Creí que no sabía amar sin el veneno, sin inmolarme sin sentido, sin cornisas. Me había olvidado de soñar. Ya no más, ya soy uno con el viento.