sábado, 9 de agosto de 2014

Quiero pintar polaroids de palabras, ráfagas que ametrallen corazones como en una de Tarantino. Adentro los demonios, el monstruo que aun me habita.

Empecé a llorar cuando dijo veneno, creo. Lloraba bastante de pibe, pero solo si ella estaba cerca. Sino era un cowboy heroico cabalgando árboles, o flasheaba escritor en la Olivetti de mi abuela. Pero otra vez ella y las tenazas de cangrejo en la garganta y esas ganas de gritar hasta que no haya más ruido. Y todos los adultos alrededor barajando palabras que no entendía.
¿Quién carajo sabe a los nueve años qué significa angustia, aunque la sienta día por medio? Todos hablando hablando hablando y sus palabras laceran, su lástima humilla. Yo soy fuerte, yo soy un león, un cachorro salvaje y no esa nenita asustada que creen ver. Yo escribo mi historia.
Pensaba que podía salvarla. Que tenía que hacerlo. Pero esa noche tuve miedo de verdad. Ella, delirium tremens. Pero eso fue después, milenios después y la noche nunca se acababa. Antes dijo veneno y yo lloré, imploré, razoné, temblé, amenacé, hablé de amor, de dolores que parten al medio. A los diez ya tenía palabras para inventar mundos. Mis palabras siempre fueron lo mejor de mí.
Pero nada que dijera podía convencerla de vivir. Debería haberla dejado llevarse el vaso a los labios, beberlo a sorbos y llenarse de muerte. Era su única pulsión y eso iba a desolarme mucho más antes de que se le rompiera todo el cuerpo debajo de un tren quince años después. No podía. No puedo perder a veces y ahí desbarranco. No puedo vivir sin vos, le dije, no puedo vivir sin mamá. Y lo creía, sinceramente lo creía. No creía en nada más que en eso. Ella mojo la yema de su índice en el líquido del vaso que yo aferraba y se lo llevo a los labios con un patetismo seductor de muñeca rota. Tomalo conmigo, dijo. Si no podés vivir sin mí, tomalo conmigo.
Nada después dolió. Ni sus insultos cuando derramé sus ilusiones de suicidio en la pileta de la cocina, ni su olor a whisky cuando me metió en su cama y me obligó a tocarla, ni su llanto eterno, ni la oscuridad absoluta del sueño que ya nunca vendría fácilmente.
Esa fue mi primera muerte, el inicio de mi vocación de fénix.

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