lunes, 11 de agosto de 2014

El escritor sabe. Intuye desde siempre el poder irrevocable de las palabras para cambiar destino. Reconoce a la realidad como espejismo y delirio. Admite que la vida no tiene sentido, que se lo inventa la narración, única herramienta certera ante el pánico del caos existencial.
El escritor entiende que puede inventar, inventarse, una y mil veces y que en cada una de sus máscaras está él, desnudo y más verdadero que nunca.

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